martes, 14 de diciembre de 2010

Y quién le dice que no a un poco de soma.

¿Realmente todo el mundo se escandaliza tanto y niega tan rotundamente con la cabeza cuando oye hablar del soma? 
¿Es cierto que todo el mundo quiere el derecho a ser desdichado, a sufrir, porque eso significa amar?
Creo que no me bastarían con los dedos de una mano (ni de dos) si me pongo a contar la gente que, jugando a ser sincera, dice que sí tomaría soma, que sí se sometería a una vida ignorante pero feliz.
¿No es lo que hacemos, lo que hago yo misma, cuando nos negamos a leer el periódico, a ver cierto documental, a informarnos, en general?
¿No es la ignorancia elegida el peor soma? 
Ahora tenemos la oportunidad de decidir si somos o no libres. Y cuando me refiero a ser libres, no me refiero a la libertad que se reivindica en las series adolescentes ("yo fumo y follo si quiero, que ya soy mayor de edad"), sino a la libertad como personas, a la libertad de ELEGIR. Elegir ser o no ser agentes activos en el mundo, elegir participar o no en lo que se está haciendo con la vida de un colectivo en el que, aunque no nos demos cuenta, estamos metidos.
Elegir si queremos elegir.

Porque el dolor está ahí fuera, la muerte, la tristeza, el amor, el abandono, la amistad.
Pero para estar fuera, hay que querer salir.

jueves, 9 de diciembre de 2010

Don't leave home.

Igual que no se vive sin más, no se escribe sin más. Oír que es necesario tener un plan de vida es cosa de cualquier jueves, y del mismo modo hay que tener bien amueblada si se toma la decisión de hacer algo tan trascendente como plasmar opinión, sentimientos o personalidad en un Word.
No se puede pensar en escribir sin más.
Escribir sí, palabrería barata, no.

Él soñaba con escribir palabras que conjugadas fuesen música, amor, poesía, guerras, amistad y esperanza. Quería crear la propia vida a través de sus palabras y poder vivir allí, alimentándose de su imaginación al resguardo de sus textos.
Le gustaba la sensación de sus dedos sobre el teclado, escribía rápido, escribía los pensamientos que se le iban pasando por la cabeza al instante y (creía que) los plasmaba con bastante exactitud y, sin ser muy altanero, belleza.
Y se exigía demasiado.
Leía y amaba los textos que leía y buscaba imitarlos. Escribía, y sentía que su modo no tenía nada que ver con lo que había amado, con aquellos textos que le habían cautivado y que provocaban la más absoluta admiración hacia el escritor o la escritora.
Y borraba todo lo que escribía. Se enfadaba. Se sentía inepto en un mundo tan culto que no paraba de preguntarle sobre su posición en el mundo, a él, que muchas veces tenía que mirar el reloj diez veces para saber de una buena vez la hora.
No sabía más que escribirse, que reflejarse en unos textos profundos pero nítidos, que no precisaban de gran intelecto para ser entendidos. No le gustaba la gente que escribía con pedantería y rodeos, no le gustaban los intelectuales que sólo escribían para intelectuales.
Él pensaba que escribir se hacía en primer lugar para el propio escritor en su afán por conocerse, pensaba que todas y cada una de las grandes novelas de la historia tenían su parte de autobiografía o, por lo menos, de la vida utópica del escritor.
Conocía la imaginación, sabía de mundos totalmente irreales inventados por grandes mentes que muy difícilmente tenían algo que ver con la vida de cualquier persona, pero él siempre encontraba una conexión, un nexo que, bien seguido y sabiendo leer entre líneas, llevaba a un punto clave de la vida del escritor.

Pero cuando él fuese un gran escritor, no inventaría nuevos mundos.
El mundo en el que vivía era lo suficientemente complejo y profundo para él, podría escribir sobre eso.

martes, 7 de diciembre de 2010

Malos vicios.

Sabía mirar mejor que nadie, daba besos que hacían sentir un amor que no existía, no engañaba cuando mentía y tenía más vidas que un gato. Avisó desde el primer momento de que era el peor veneno, se dedicó a prevenirla de sí mismo y a cumplir sus malas promesas.
Vivió dos años explicándole de forma práctica cómo NO había que hacer las cosas, y ella sacaba dieces en los exámenes para parecer una estúpida.

Huir y sentir en la distancia el calor del olvido es totalmente falso. Estar a tantos kilómetros de distancia hacía que la incómoda realidad no llegase a su puerta y que pudiera sonreír en tu falsa indiferencia.
Pero las sentencias se cumplen y tuvo que volver al mundo que la esperaba congelado desde que se fue, un mundo que no había avanzado, que no evolucionaba y que hacía que ella retrocediera para ambientarse.

Si sientes que un problema vuelve, es que nunca ha sido superado. El betadine encima de heridas que exigen amputación no sirve.

Y otra vez, lo mismo. No cambiar, no mejorar, no superar. ¿Qué se supone que es ahora su vida si descubre que no ha abandonado sus malos vicios?
Escribir comedia trágica sin comedia se le daba demasiado bien últimamente, y odiaba ese lenguaje dramático que semejaba cuervos negros y ojos tristes.

Y de morfina, unos cuantos kilómetros de distancia, aún con las mismas ganas de volver.

sábado, 27 de noviembre de 2010

Ponte traje y sombrero..

Escribir un texto soltando de vez en cuando frases que recuerdan a un "nosotros" no es escribirme, y menos si hablas de ti.

Escribirme NO es hablarme.
NO es dar la cara.
NO es ser valiente.

Es la forma más bonita de rodear un problema sin tocarlo, es la estética perfecta para decir que te importa pero no lo suficiente.
Es curioso, el del sentimiento profundo eres tú, y la de los hechos inmediatos soy yo.
No sé tú, yo veo que hay cosas que no encajan.







Pero sigo leyendo tus textos.

jueves, 18 de noviembre de 2010

Cuídate de mí.

El día que me fui me regaló sus pensamientos. Los había plasmado en 20 hojas escritas por las dos caras y sólo una palabra en la cabecera: Melocotón.
No lo abrí en aquél momento porque sabía que no quería que lo hiciese, que nunca se le dieron bien las palabras cuando las decía, aunque las convirtiese en auténtico colirio para mis ojos cuando las escribía.
Yo sabía que había sido demasiado, meses demasiado intensos con cambios repentinos y mis dudas martirizando sus certezas.

Creí pensar que no todo estaba perdido, que la distancia posiblemente iba a ser una buena morfina para su corazón y para mi conciencia, que quizá conmigo aquí y con él allí lograríamos ser lo que nunca fuimos realmente, aplacar una voz interior que no dejaba de gritar que nuestra relación nunca sería normal, que nunca podría darle lo que pedía y que él no conseguiría aplacar esas expectativas que, aunque yo no pudiese superar, no se iban de ningún modo.

Y aquí estamos, él sin saber de mí y yo sabiendo de él con sus textos, sus palabras que me hablan a mí aunque él no lo haga, con unos textos que me hacen ver que sigo ahí, que no lo olvida aunque haga que no existo.

Melocotón no muere.

Y juro que no hay un sólo día en el que no pienso que quizá hubiese sido mejor que no me hubiese conocido nunca.

viernes, 12 de noviembre de 2010

Disney mola.

Un día dejó de querer amores de barra. Decidió que ya estaba bien de los tipos que provocaban media sonrisa antes de irse, un vacío en el estómago que ella quería relacionar con el hambre y el gran hueco en el corazón que, directamente, no sabía con qué relacionar.

Decidió ser una adolescente más y sí, reivindicar el amor adolescente, el de las películas, el de Disney. Decidió que ella quería un amor así. O un amor así, o ningún amor. Punto. Y mira que ella era cabezona.

Quería un amor lleno de problemas, con noches sin dormir, no le importaban las ojeras. Quiso un sentimiento que le llevase al borde del abismo todas las veces que hiciesen falta. Un amor que implicase sufrimiento, sí, de acuerdo, lo quería.

Quería un amor que hiciese que todo lo pasado se olvidase con un beso, quiso los besos de las películas y las palabras de las películas, las miradas de las películas y los sentimientos de las películas.


Pero no quería ser actriz. No, eso no. No quería fingir, ni asumir un papel, ni dar pasión a besos descafeinados ni luz a las tardes grises.

Ella quería que (por una vez, aunque fuese) alguien le regalara las sonrisas a ella, alguien hiciera todo eso por ella, que alguien pusiese la magia y que ella sólo pudiese limitarse a mirarla, a quererla, a disfrutarla.



Y queriendo todo esto, llegó a la conclusión de que nunca había tenido nada parecido.

miércoles, 10 de noviembre de 2010

Los filósofos viajaban en Metro.

No, ella no escribía futuras obras maestras, no tenía la imaginación tan poderosa como para crear un mundo paralelo que discurriese a su antojo, no era (todavía) capaz de citar a demasiados autores, filósofos o músicos en sus textos.

No se sentía capaz de intimar con las teorías más o menos cuerdas de algún filósofo, aunque en su día hizo sus teorías propias que, a día de hoy, residen olvidadas en algún portafolios en su no tan lejana ciudad.
Se miraba al espejo mil veces antes de salir, y cuando por fin llegaba a la puerta, la sensación de que se le olvidaba algo siempre aparecía; esa sensación, en un gran número de veces, era acertada.

Todo aquél mundo nuevo le sorprendía e intimidaba. La gente era maravillosa: todos le sonreían, todos le mostraban lo a gusto que podía llegar a sentirse allí día tras día, todos tenían palabras para ella y todos hacían que ella fuese capaz de dejarse llevar por las conversaciones. Sin embargo había momentos en los que ella misma se entorpecía, en los que se volvía inepta, inculta, inadecuada para aquél mundo que ella había decidido, con un par de traspiés, pero en el que vivía a día de hoy, al fin y al cabo.

Aquella segura inseguridad siempre volvía, aquél no saber qué pensar de una misma. Tener dos concepciones antagónicas de una misma era algo que nunca pensó que pudiese darse y, sin embargo, allí estaba, ese sentimiento de ser demasiado y demasiado poco a la vez. Esa sensación de ser una persona especial y especialmente torpe, ese no saber a qué atenerse cuando miraba en sus propios pensamientos.

Cuando esto le pasaba, a menudo acababa tranquilizándose diciéndose que con 18 años muy poca gente sabe qué quiere hacer, dónde quiere ir e incluso quién es realmente.
Y aquél era el problema.
Ella se moría por conocerse.
Ella sentía que muchas veces, vivía en el cuerpo y la mente de una extraña.
¿Qué era aquél sentimiento? ¿Por qué no podía dejar de pensar en lo bien y en lo mal que escribía, que hablaba, que miraba...?
¿Cómo era ella, en realidad?
Y lo peor de todo: ¿cómo iban a llegar a conocerla los demás en profundidad, si ni siquiera ella se conocía?

En el Metro daba tiempo a pensar en demasiadas cosas... acabaría por decidir que, aunque fuese otro sacrificio económico en aquél mundo tan caro donde se había metido, compraría el periódico todos los días para centrarse en los problemas de los demás y olvidarse un rato de los suyos, si es que realmente había alguno.

lunes, 1 de noviembre de 2010

IN...ROS.


Vuelve a Valladolid. Levántate pronto, organízalo todo (¿todo? No. Tu madre siempre encontrará un papel que no ordenaste), queda con el pasado para que te cuente qué tal está, regresa pronto a comer, sal de casa y pasa casi tres horas en un bus que tenía que llegar a su destino en dos y cuarto.
Anochece demasiado pronto, tanto aquí como allí, estás cansada y te duele la espalda, pero vas llegando a lo que cada día se parece más a TU ciudad.


[...]




Llegar y leer cómo alguien se acuerda de todos tus detalles no tiene precio, no tiene nombre.
Darse cuenta de hasta qué punto una persona puede conocerte, emociona.




Y tú, María Morante Zarzosa, me conoces mucho, pero mucho, mucho, mucho.


Y yo te quiero tanto como tú me conoces, así que haz cálculos :)










IN...ROS.

domingo, 31 de octubre de 2010

No fue mi día.

Hay veces que las cosas no cuadran.
Es imposible pretender que todo salga redondo, que cada día sea exactamente como se ha planeado por la mañana y que nunca haya imprevistos.
Pero aún así, hay imprevistos que joden, que joden mucho, y es imposible tomar una actitud gandhiana y sonreír a todo. Hay que cabrearse, hay que soltar la mierda que sino a una se le mete demasiado adentro y hay que decir ESTO, NO.








Y no, esto, no.

viernes, 29 de octubre de 2010

Que sigan siendo lo que quiero.








Un regreso con lluvias, con frío, con (sí, no lo vamos a negar) una tensión palpable en el coche y muchas ganas de verlas.
Un concierto herido por dolores de tripa y salvado por ellas, por las princesas que yo quiero.
Cantar, saltar, mirarlas, llamar al resto y decir, sin palabras, seguís-siendo-vosotras.


Porque dos de nosotras nos pasamos la vida dando tumbos por Madrid, pero seguimos sintiendo que sus miradas nos hacen grandes y que tienen un corazón que no les cabe.
Que su película es la nuestra y que hay cosas que no cambian, que todo está perfecto y sólo es así con ellas, por ellas y para ellas.


Que aunque nos vayamos todos los lunes, nos queda al menos lo vivido, sus recuerdos, sus sonrisas y sus ganas de volver a vernos al segundo de habernos ido.


Cómo os quiero, malditas :)

jueves, 28 de octubre de 2010

Dicho con prisas: feliz


Poder soltar mi corta melena, poder ver cómo mis demonios se van, ya por fin, de mis noches más oscuras, donde la tendencia a pensar de más es un mal que no tiene cura.

Vuelta el no poder estar seria, la charla loca donde se dice mucho, se ríe mucho, se siente mucho.
Una nueva oleada de brisa fresca que acompaña humor, acompaña risas y acompaña una sensación de madura niñez, donde todo vale. Querer ser una voz firme a la hora de hablar de política, a la vez que pintas gatovacas en los post it que te dan por la calle. Volver a casa sonriendo porque sabes que estás en tu sitio.

Un feliz echar de menos, sabiendo que no cambiarías esto por nada del mundo. Que creces, joder, y lo notas hasta cuando te miras en el espejo.

Y hoy lo decíamos, mucho mejor, más fácil y más estético cuando hablas de dolores profundos, de agonías interminables con tétricos paisajes de fondo.
Y que sí, que hablar de felicidad y días claros es más complicado, queda peor y encima suena cursi.
¿Y qué pasa si eso tampoco importa?
¿Les importa a los enamorados parecer pastelosos?
¿Les importa a los pesimistas eso, el ser pesimistas?

Sí, cursi, malsonante, corto y mal. Es una felicidad estupenda.

miércoles, 20 de octubre de 2010

Move on girl.






































Siente intenso. Siente profundo. Música en tus oídos a todo volumen, un tema que te provoque escalofríos, un pensamiento fuerte, un sentimiento invencible. Siente cómo cada poro de tu piel se estremece, cómo vibran tus sentidos. Llora. Ríe. Recuerda. Ama. Recuerda el amor.
Y no lo olvides nunca.
Da igual el dolor, da igual la persona, da igual si los recuerdos todavía queman, da igual si heriste o si te hirieron, dan igual las noches sin dormir, los días grises. Da igual que no fueras correspondido, da igual si te enamoraste de la peor persona, da igual si la peor persona lo fuiste tú alguna vez.

Sólo recuerda el sentimiento puro, el amor en sí. Recuerda los escalofríos, la risa tonta, las sensaciones. Recuerda la ilusión. Siempre la ilusión.

Y no temas, sigue latiendo, sigue sintiendo. Herida, rota, sin alas, sigue. El miedo nunca es bueno: paraliza, cambia la forma de vivir, de ver, de pensar, de sentir.
Simplemente mira hacia el frente, cabeza alta, corazón abierto, y sigue.



Yo pasé por ti... Y sigo.
Y hoy te recuerdo, y hoy tengo el valor de hablarles de ti a otras personas y la voz ya no se quiebra. Y me río de lo que me hiciste, y digo que moriste para mí.
Y es mentira, pero ya no tanto.


Sólo sigo.

jueves, 14 de octubre de 2010

Yo conmigo misma

Buenos días, princesa! ¿Otra vez con las mismas? ¿Te volvieron los celos locos de la nada, de la imagen de lo que hoy por hoy se considera per-fec-ción?
No me digas que estuviste otra vez mirándote al espejo, no me digas que otra vez volviste a enamorarte platónicamente de todo hombre que ves por la tele.
Volviste a caer, princesa. Otra vez esos complejos, otra vez ese deseo de ser algo que no eres, otra vez ese no gustarte... ¿No lo hemos hablado ya demasiadas veces? ¿Dónde queda la magia en lo perfecto? ¿Dónde se encuentra la personalidad en unos ojos tan azules, un pelo tan rubio y una sonrisa tan perfecta? ¿Cómo se van a acordar de vos si no sos más que un calco de una revista?...

No sufras, princesa.
Sabés que estos momentos no duran mucho, sólo hasta el próximo día que te pongas especialmente linda, o que a vos te dé por pensar que lo estás.
Sabés también que este tipo de problemas deberían estar resueltos, que das una imagen a primera vista de mujer segura, que luego... no sos así.
Y te lo he dicho tantas veces... dejalo ya, pará, mirate realmente al espejo y decídete a ver lo que hay, sin comparaciones, sin ataduras, sin maquillajes que oculten nada.
¿Por qué tenés la manía de mirarte con distintos ojos según con quién te compares? ¿No te das cuenta de que sos la misma estés al lado de quien estés? ¿Que si no se fijan en ti no es porque haya alguien a tu lado mejor, es, simplemente, porque no podés ser siempre el punto de mira?

No será que buscás algo que ni la más linda tiene... ¿No será que te exigís lo que nadie puede exigirse?

Basta. Siéntete guapa, listo. Con cualquiera delante, detrás, a la izquierda o a la derecha. Sos quien sos todos los días, a todas horas, y eso es algo que tenés que sufrir y disfrutar.
Porque sos especial por el simple hecho de ser vos, de ser una persona en el mundo, de tener tu personalidad y tus ganas de enseñarla.

¿No te basta todo lo que te precede? ¿Sentís constantemente esas ganas de más, más, más?
¿No será que quien tiene que quererse más, más, más a sí misma, sos vos? ¿No será que andás toda la vida buscando gente que te diga lo increíble que eres porque vos no te lo decís nunca?

Bueno, valió. Listo. Ya no pasa más. No me hagás poner tono argentino de psicólogo, princesa, que yo ya no vuelvo más si querés que te diga esto otra vez.

Te quiere, te admira... vos misma.

miércoles, 13 de octubre de 2010

I've been waiting me.


Y, de repente, locura en mis dedos. Volver a escribir de forma masiva como si los últimos meses no hubiesen existido, como si mi cerebro no se hubiese parado nunca. Como si mi pasión hubiera latido igual ayer.

Quizá mi vida late otra vez. Quizá en su día el tema que me obsesionaba terminó y me dejó un vacío tan grande que ni siquiera supe afrontar una pantalla en blanco.

El tema no ha vuelto, pero yo sí. Las ganas, la pasión, el gusanillo. ¿Cómo? De la manera más fácil. Leyendo.
No leyendo cualquier cosa, leyendo los textos que me escribió alguien increíblemente especial (nunca dejaré de darte las gracias, coco) sabiendo que me iba, que iba a estar un poco sola a veces, que me conoce y sabe que suelo tender a la morriña por las noches y que siente que no me creo especial y lo detesta.
Siempre que leo algún texto suyo busco imitarle, no su estilo, su gracia o su forma (básicamente porque es inimitable) sino en la intención. Esas ganas de captar miradas, de escribir algo tan intenso que sea imposible apartar la vista de las palabras hasta que has leído la última. Esos textos que se pueden releer una y mil veces, que tienen distintos significados cada vez; esos textos donde siempre me encuentro y donde siempre acabo.

El problema es que es así, soy inestable, yo, conmigo, con otros, con mis pasiones. Si tengo hambre, engullo, pero tengo hambre quizá una vez al día. Si quiero escribir, puedo pasarme una tarde con café y textos, pero puedo estar meses sin tocar un Word. Si quiero, adoro... aunque no dure tanto como yo suelo esperar.
Pero escribir siempre vuelve, es el amor platónico, es el amor por hacer algo que puede servir a otras personas, el desarrollarse de un modo que apasiona, la posibilidad de poder leerte con el paso del tiempo y ver cosas que realmente me gustan.

Y me doy la bienvenida. Y espero (aunque sé que posiblemente no será así) que la pasión esta vez haya venido para quedarse.

Here we are.


Sabes? Aquí se está bien. No todo son ventajas, claro: mi cuarto no es sólo para mí (y además es la mitad de grande), a mi cama le cuento los muelles todas las noches con la espalda, internet no va y hoy, por ejemplo, para comer había lentejas y pescado.
Pero hace más sol. Hay más luz. Hay más gente.

Tú lo sabes, yo siempre he sido una chica para grandes ciudades y, no nos engañemos, Valladolid me agobiaba, me agobiaba mucho. Sus inviernos tan fríos, sus lluvias tan largas. Pero hay cosas que sí, que echo de menos.
Mi casa, mis costumbres, mi soledad, mi Candilejas con sus patatas, los precios económicos (la vida aquí es tremendamente cara, no te haces una idea), mi gatita, que ahora me maúlla enfadada cuando me ve entrar por la puerta, pidiendo explicaciones.
A ellas. A ellas las añoro mucho, todos los días, en todo momento. ¿Ves esa sensación cuando te pasa algo, o ves algo y piensas "esto tengo que contárselo a..."? Pues me pasa muchas veces, con ellas, para ellas.
Y pasa también que aquí la soledad no es la buscada, sino la impuesta: una habitación pequeñita que de repente se hace enorme cuando las cosas para hacer no abundan, seriesyonkis no da tregua y mi querida compa de habita no está.


Pero Madrid es Madrid... no sabría cómo explicarte. Son calles enormes, es vida por todas las esquinas, son ambientes opuestos en calles paralelas... Todo es alto, todo es grande, todo impresiona. Mi cámara ya no da a basto y pide un par de días de asuntos propios, pero no puedo. Tengo que fotografiar esto (aunque todavía no pueda hacerlo con mi futura Reflex), todo, recordarlo, grabarlo en mi retina y plasmarlo en mis paredes llenas de fotos.
La vida aquí es otra. Es libertad (y, en algunos momentos, libertinaje), es tranquilidad, nuevas caras, nuevos ambientes, nuevo todo.
Deberías verlo... creo que a ti también te gustaría.

Creo que podría ser mi ciudad, creo que podría amarla, que lo que siento ahora pase de la fascinación al cariño, y del cariño a la adoración más profunda. Creo que esta ciudad puede enamorarme, con sus terrazas, sus etnias su (no me canso de repetirlo) luz.

Lo adoro.

Te seguiré escribiendo, lo prometo. Mandaré señales de vida cada cierto tiempo, te diré cómo me van las cosas, qué voy sintiendo, qué voy pensando, cuánto te echo de menos.

6.

Me gustaría poder escribirte tanto y tan seguido como hace unos cuantos (muchos) meses. Me gustaría  que las palabras saliesen solas y que el empezar un texto no me costase tanto.
Escribirte nunca fue difícil, te convertiste en mi tema, en mi adicción y en mi día a día. No podía escribir sobre otra cosa porque todos mis sentidos estaban orientados hacia ti: verte, oírte, sentirte.

Ahora simplemente puedo decirte que sigo pendiente de ti, que me sigues importando y que, a mi manera, te sigo queriendo.
Y el mérito es tuyo. Por ser más complicado que yo, por quererte a ti siempre más que a nadie por encima de todo, por tu inestabilidad, tus giros, tus cambios de humor y tu forma de hacerme sentir única tan pocas veces.
Porque sabes que quiero querer, y me cuesta. Porque sabes que quiero ser estable y no lo consigo. Porque sabes que tengo tendencia a salir por patas a la menor dificultad si hablamos de sentimientos... porque tú eres peor que yo.
Porque por una vez, quise sin querer y fue a ti, contigo, de ti, para ti.
Porque no sirvió de nada, porque tus palabras dejaron de sonar a verdad, porque le pudo el cansancio al amor.

Hacía mucho que no te escribía. Hacía mucho que no me permitía escribirte.

Pero a día de hoy, viviendo en Madrid, sin verte desde lo que yo siento como una eternidad, me sigo acordando de ti. Porque marcaste. Porque doliste. Porque fuiste la prueba más clara de que el amor es masoquista. Porque yo no calé en ti del mismo modo.

Y lo único que se te ocurrió decir fue que no querías saber nada de otros tipos. Unos celos que quieren parecer sentimiento, una tristeza que no rompe el corazón.

Y ahora sólo puedo decirte que te echo de menos. Que por favor, te cuides.


Y que sí, que me eches de menos, que me pienses, que te arrepientas, que valores aunque sea ahora lo que hubo.


martes, 12 de octubre de 2010

Amar para vivir.



Si decidiese enumerar las cosas que formaban su vida (no parte de su vida, su vida) serían los detalles más tontos: el olor personal que una misma no siente, el frío al salir de entre las sábanas, los pelos de su gata impregnados en gran parte de su ropa, los corchos para las fotos, sus pendientes, sus gorros de invierno para que no se le encrespe el pelo, sus textos (los que ella escribe, y los que son escritos para ella), sus no desayunos, su pasión por el chocolate...

Podría redactar su vida a la perfección con un texto basado en puntos y seguido, así, con pequeñas cosas, pequeñas tonterías. Decidió hace tiempo que las grandes frases con mucho predicado y poco sujeto no le llevaban a ninguna parte, que la subordinación, ni para la sintaxis.
Llegó a la conclusión de que cuanta más complicación, más infelicidad, más caos del malo, más comederos gratis de coco que no eran nada sanos. Que mejor si la vida la forman los detalles, los pequeños cariños, las pequeñas manías, los pequeños momentos.

Y le iba bien, disfrutaba, se dejaba sorprender cada día por la rutina, por las mañanas con olor a café, las mismas canciones en los oídos para ir a clase, las mismas pocas ganas para estudiar por las tardes, las mismas conversaciones por las noches. Puede parecer aburrido, pero era el aburrimiento más feliz del mundo. Era como un pequeño vivir en la Toscana permanente.

Pero hay cosas para las que los pequeños placeres no están preparados. Para un gran amor, un pequeño comienzo no es suficiente.
Fue entonces cuando el mundo comenzó a girar de verdad, cuando los pequeños detalles fueron eso, pequeños. Cuando la rutina cayó en la mayor depresión del mundo y cuando ella empezó a sentir que ya no le bastaba con poco.
Que en ese momento su vida no se formaba con pequeños cristales. Su vida la formaba aquello, aquella cosa, aquel sentimiento desbordante que le impedía oler el café, saborear el chocolate y elegir bien sus pendientes. Aquello que la mantenía hora tras hora pendiente de un reloj, de un teléfono. Aquello que se alimentaba  a sí mismo día tras día, que crecía, que no se iba nunca.

Ella se dio cuenta de que el amor llegaba sin avisar, de que era cruel, violento, desesperantemente intenso y, sobre todo, totalmente aditivo.
Que lo odiaba y lo necesitaba, que quería olvidarlo y no podía vivir sin él.

Y se dio cuenta de lo peor de todo: que la vida, no sólo la suya, sino cualquier vida, es amor; ese amor caótico que no se servía de frases sencillas.

sábado, 9 de octubre de 2010

Por vosotros, por vosotras.









Estreno con lluvia. Me da por pensar que en Valladolid siempre llueve, siempre hay un gris, la gente siempre tiene la cara gris, el pelo gris, el paraguas gris y el ánimo gris. Incluso en verano llueve y es gris.
Menos ellas, y menos ellos.
Todos los días pintaban mi mundo en Valladolid con un millón de colores, con cosas que contar, con anécdotas, con sueños, con deseos. Cada uno, cada una, tenía una paleta llena de colores distintos, colores no inventados, colores que no existen. Llevo muchos años conviviendo con esos colores, pintando y dejando pintar, sintiéndome querida por el simple hecho de formar parte de sus vidas y queriendo cada rinconcito que pertenece a ellos.
Cada día tenía algo que poner en mi corcho, en mis textos, en mi cabeza. Incluso los días en los que los odiaba, los quería, los necesitaba, los pintaba.

Supieron quitar el gris de mi ciudad. Hicieron que los colores fuesen mi forma de vida, que ellos fuesen mi forma de vida. Quererlos era parte de mi personalidad.

A día de hoy vivo en una ciudad que fue pintada por otros ellos y ellas hace mucho tiempo, una ciudad que se pinta y repinta sola todos los días. A día de hoy, vivo con gente con otros colores, otros olores, otras formas de ver el mundo. Y a mi modo, los voy empezando a querer.
Pero echar de menos no se va, os recuerdo todos los días, os quiero todos los días, os tengo presentes todos los días.

Y quiero que sepáis, que si yo tengo color, si mi vida ahora tiene color, es porque vosotros siempre la habéis pintado.

Os recuerdo, os añoro, os quiero.