jueves, 18 de noviembre de 2010

Cuídate de mí.

El día que me fui me regaló sus pensamientos. Los había plasmado en 20 hojas escritas por las dos caras y sólo una palabra en la cabecera: Melocotón.
No lo abrí en aquél momento porque sabía que no quería que lo hiciese, que nunca se le dieron bien las palabras cuando las decía, aunque las convirtiese en auténtico colirio para mis ojos cuando las escribía.
Yo sabía que había sido demasiado, meses demasiado intensos con cambios repentinos y mis dudas martirizando sus certezas.

Creí pensar que no todo estaba perdido, que la distancia posiblemente iba a ser una buena morfina para su corazón y para mi conciencia, que quizá conmigo aquí y con él allí lograríamos ser lo que nunca fuimos realmente, aplacar una voz interior que no dejaba de gritar que nuestra relación nunca sería normal, que nunca podría darle lo que pedía y que él no conseguiría aplacar esas expectativas que, aunque yo no pudiese superar, no se iban de ningún modo.

Y aquí estamos, él sin saber de mí y yo sabiendo de él con sus textos, sus palabras que me hablan a mí aunque él no lo haga, con unos textos que me hacen ver que sigo ahí, que no lo olvida aunque haga que no existo.

Melocotón no muere.

Y juro que no hay un sólo día en el que no pienso que quizá hubiese sido mejor que no me hubiese conocido nunca.

No hay comentarios:

Publicar un comentario