miércoles, 2 de mayo de 2012

Como una lechuga.

Ahora que empieza mayo, una también debería empezar. Y cuando digo esto, me refiero a empezar en el amplio, total y bíblico (bíblico de literal, no de religioso, nononono nos confundamos) sentido de la palabra. Para empezar a empezar, me sumerjo de llano y de lleno en el tema del blog.

No me salen temas profundos, señoras y señores. Me ha costado meses y muchos enfados reconocerlo, pero es así. Si el destino o la fortuna o el azar o lo que sea tiene pensado para mí un futuro de artista literata ganadora de un Nobel, no será en esta época cuando yo haga mis mejores borradores... Pero escribir sigue siendo algo que necesito, así que me voy a abstener de sentimentaloides textos llenos de absolutamente nada, y voy a darle un poco al tema del blog por el blog y cosas más sencillas y más frescas, ¿se me entiende? Que ahora, con el calor, viene mejor.

Hace unos meses, en los cuales (todo hay que decirlo) mi vida era bastante similar a la que tengo hoy por hoy, me sentaba frente al ordenador y, oye, ni Mozart con sus melodías... Pero últimamente no llego ni a remixes Pitbullianos así que me relego al arte menor del bloggeo-diario, hasta que se pasen los oleajes. 

Y así, entre maletas cargadas de ropas, de despedidas y de muchos echares de menos, decido que me voy a reciclar un poco y, además de airearme cuando me dé por correr, andar, comer pepinillos y lechugas para estar estupenda, también voy a recomponerme por dentro y dejarme de tanta autocrítica que me mina la moral.

Así que, lo dicho. Intentaré pasarme más por aquí, más rápido y, a lo mejor, menos bueno. Pero oye, son rachas, y una tiene que serse fiel y no escribir lo que no se quiere escribir.

Cuidarse, y nos vemos prontito.

Clic.

Tecleaba rápido, porque le gustaba el repiqueteo de las teclas al compás de sus dedos. Clic, clic, clic. Generalmente, se acompañaba de grandes y ostentosos anillos y, últimamente, de unas grandes y ostentosas gafas que hacían juego con todo lo que tenía en mente escribir.

Todos los días, desafiante, el folio en blanco le retaba en silencio. Vamos, cobarde, deja fachada y escribe algo que mañana no te haga fruncir el ceño. Vamos. Clic, clic, clic...
Y, como un reloj, que también estaba encantado de conocerse con su sonidito repiqueante, el bloqueo. ¿Qué te cuento, mundo? ¿Qué puedo escribir que me deje en una posición relativamente decente en el mundo, que me haga comerme las habichuelas con lo que digo y que me sirva de un poquito de inspiración mañana? A saber.

A lo mejor empiezo a dibujar, me vuelvo artista bohemia y acompaño mis lienzos con frases que quieran ser mucho diciendo poco, y hasta me apropio (por fin) de una firma con estilo. 
Igual me mimetizo con el entorno y hago fotos baratas, las pongo en modo sepia y me las doy de fotógrafa cultureta (ya digo, las gafas ya las tengo). 

O, a lo mejor, me sigo enfrentando con este abismo que es el maldito folio en blanco y, después de mucho intentar, de mucho enfadarme y de muchas noches llevándome nada escrito a la cama, vuelvo a escribir algo con un mínimo de sentido... Es posible que me toque empezar desde el principio y renacer de mis cenizas, como buen ave fénix, y comenzar un estilo nuevo que me refleje un poquito y no me dé ganas de tirarme por la ventana.

El ritmillo con que leo lo que escribo no me gusta, así que decido que no es mío... El resto de ritmos, el resto de cosas que leo, que no son mías, sí me gustan... A lo mejor es que el ritmo me lo impongo yo y estas gafas están mal graduadas.

miércoles, 11 de abril de 2012

Malas fiebres

Y yo, con estos dedos torpes que no quieren hacer pensar mi cabeza, leo y releo grandes palabras de grandes plumas, y los escalofríos, sonrisas y rubores se me mezclan con envidias de las sanas (y de las otras también), anhelando esa conexión cabeza-dedos-corazón, que hace meses parece sufrir en mí un atasco interno.

Y dice Benedetti que deja sus folios en blanco para que le digan algo cuando se levante de la siesta, y yo digo que a mis folios siempre les dije cosas, pero pocas veces me contestaron, y me pregunto si es normal verse tan poco propio en las palabras que un día se dijeron, porque me leo y la parte de mí que lo escribió se esconde en el rincón oscuro, donde deben estar también mis ganas.

Y cuando la brillante blancura del nada que decir me gana el pulso y mis dedos se bloquean, crispan y resignan, vienen olas de incertidumbre que empiezan por el día de hoy y acaban por el momento en que decidí ser la persona que hoy me devuelve el espejo.
¿Qué fiebre de escritor voy a tener, cuando no puedo considerarme como tal, ni hoy, ni en un futuro que pueda ver sin achicar los ojos? ¿Qué males de artista sufro, cuando sólo aspiro a poder aspirar al arte? 

Qué le digo al papel de una vida que me llena pero no me hace escribir a borbotones. Qué vida es esta que aún viviéndola bien, se me escapa si la busco. 
Qué mezcla extraña de formas de juntar palabras, qué aspirantes a sombras de buenos textos estoy pariendo, cómo doy la cara y defiendo mis palabras, cuando ni yo misma las encuentro. Que me rehuyen, que me esmero lo justo y no suficiente porque ante una batalla que ya sé perdida no empiezo ni a rearmarme. 

Qué hago yo, si las cosas que tengo que decir no me quieren aquí con ellas.

viernes, 30 de marzo de 2012

Qué hacemos con los domingos por la tarde.

Pero, dónde estás. Dónde te metes. Desde luego, te reconozco el mérito: no te encuentro aunque te busque todos los días, te imagine todos los días, te cree todos los días. Podrías ser cualquiera, de cualquier color, de cualquier sonrisa, de cualquier pelo. Podrías ser cualquiera pero no eres. No eres nadie que mira y se para para hacerme dar un vuelco. No eres quien se interesa por lo que me intereso y busca compartir, además de cama, pensamientos y miradas.
No eres nadie, y mira que podrías ser cualquiera.
¿Cómo hago contigo, entonces, que no eres, ni estás, ni apareces? Que no tienes ni nombre, ni color de ojos, ni lunar favorito. Cómo hago para interesarte si no tienes mirada que enfocar, cómo hago para interesarme yo, si tienes boca muda que no me dice nada. 

Y entonces qué. Estas ganas de compartir, pero en bajito, los trotes, idas y venidas del día. Y entonces qué me acurruca en este piso que siempre estará más frío que el aire de afuera, entonces qué hago yo con este silencio que me vibra en los oídos, entonces qué hago yo sin saber a qué/quién escribir.

No existes y te escribo, fíjate lo importante que eres. Y más serías si existieras, si aparecieras, si me miraras de tal forma que pasase por aquí más a menudo. Me gusta tan poco lo que dije de otros otras veces... Lo veo tan equivocado, tan ciego, tan bebé, que no me reconozco. Lo veo tan poco yo que me da vergüenza. Yo quiero que seas muy tú, para que yo sea muy yo, y juntos seamos muy. Muy a secas. 
Y esto como que me da un poquito de no sé qué decírselo al mundo. Así que, por mucho que me guste, te lo digo a ti, que no existes, ni eres. Y lo borro. Total, nunca podrás decirme nada.

Yo sigo pensando que un día, llena de agujeros, pendientes y colores, cuando te vea, te reconoceré. Sigo pensando que habrá un algo por dentro, de eso de la biología que tanto cuestionamos ya, que me diga que igual tú aceptes cómo soy y cómo voy a acabar siendo. Que te guste el principio y el final de mi progreso, y que me acompañes en el mientras. 
Yo soy difícil, eso ya lo digo, a ti que no lo sabes. Soy difícil, testaruda, inestable, acomplejada. Pero creo que soy un poco bonita, más discutible el envoltorio que el contenido. Creo que aporto. Creo que, cuando se me deja el espacio y se me entiende la rareza, soy interesante. Creo que soy un poquito otra cosa a lo que se suele ver. Eso juega a mi favor, a veces.

sábado, 14 de enero de 2012

Debajito.

Los días naranjas son los que están debajo de las sábanas. Allí siempre hace calorcito agradable, que no asfixia, se juega con la complicidad de a dos, el mundo gira alrededor de un ombligo, que se ríe si lo tocas.
Ahí debajito, nunca es de noche. Los ojos que se encuentran en los días naranjas no se despegan hasta que se desgastan de tanto quererse entre las pestañas. Las risas cómplices suenan mudas, y retumban por dentro. Los dedos juegan con sus pares, se buscan y provocan un amor que sale por los poros, y quedan atrapados entre la piel y las sábanas. 
Dentro, en los días naranjas, no se promete nada. No se habla de mañana, ni de un minuto después. Ahí debajo el momento se alarga hasta que los ojos se cierran, y el futuro no existe y el presente nunca es pasado. Los segundos se quedan suspendidos, colgados de hilos invisibles que no se cortan, los relojes se quedan afónicos. Sólo cabe hablarse en susurro y entrecortado, de otra forma no se entiende. Que no conjuguen los verbos, que se cambien las tildes y las comas, que se salten las palabras; sólo se sabe de nosotros y de cosas que hagan juego con el naranja de alrededor.

En esos días, los bordes de la cama son acantilados, finis mundi, testigos de una negrura densa y profunda en la que no cabe pensar que haya nada más. Los flecos de las sábanas revolotean alrededor de las pieles que se hablan suave, y no hay más vidas que las que se puedan gastar ahí debajo. 

En lo naranja, no hay mayor distancia que la del roce de la nariz, ni números impares, ni derrotas, ni cobardes.

Seremos.

Desconfío, con cara felina, y me revuelvo evitando el contacto que tanto deseo. Miro y remiro, y no encuentra mi sexto sentido ese asidero de desconfianza al que amarrarme. 
Y cuando no tengo motivos para recelar, recelo aún más, porque los creo más sabios y por delante de mí, y busco con más ahínco y furor el gesto que me haga saber que va a doler.

Empiezo bien, intenso, rimado, y acabo en un ciclón de palabras que no se conocen y que no congenian, que no dicen lo que quiero decir cuando pienso, que no salen de mí ni llegan a ningún lado.
Por miedo a que me hieran, me hiero, y sufro las heridas de mí misma, mi enemiga constante, que tan poco se fía de mí y del resto. Y me revuelvo otra vez, ahora contra mí, y siempre salgo perdiendo.

Tú no. Miras de frente y conoces la profundidad de tu mirada. No expresas en tu cara más que lo que necesitas para mirar, y te sabes espejo de unos ojos que te miran porque se quieren ver. No convulsionas en juegos retorcidos; tienes brazos y mente abiertos, alma dispuesta, corazón en su sitio. Tú sabes el caos de fuera y lo calculas en orden por dentro, y te sitúas por encima y lo haces en silencio y vuelvo a mirarme en ti.

Tú no sabes mi nombre, y yo imagino el tuyo en millones de formas que nunca serán, que quizá nunca llegue a saber. Te nombraré mil veces y nunca girarás, te pensaré todos los días hasta que mi memoria te desgaste, hasta que sólo existas por dentro. Te querré más de lo que nadie que te conozca te pueda querer, y será porque yo no sabré quién eres tú, te dibujaré a mi antojo y serás perfecto, lo que nunca eres. Aún así, si te conociera, me gustarías más.

Abarcas mundos con los brazos, largos y caídos, que no siguen el camino de tus ojos cuando me miran. Me limito a sentirme pequeña si paso por delante y a relamerme en la sensación de pensarnos. Y es sólo un sueño, pero es mío, y aunque sea así, formas parte de algo que me pertenece. Me perteneces un poco, aunque no lo sepamos.

Tus ojos que escrutan sin juzgar hace que yo no desconfíe más. Que me lance de espaldas. Que sólo te vea a ti cuando te miro.

sábado, 7 de enero de 2012

Aquí la niebla cala profundo, baja hasta la altura de los tobillos y dificulta que se pueda ver más lejos de dos pasos. Aquí la niebla no estorba, porque ya vengo preparada para las goteras internas y no necesito ver para saber lo que tengo delante.

Aquí escribo igual, de lo mismo, con el mismo ritmo, color y forma. Y hay veces, como esta, que escribo sobre lo que ya sé, después de hacer un intento suicida de tirarme a un vacío que en realidad no existe, escribiendo cosas nuevas que me da incluso vergüenza escribir, porque parece un atisbo de novedad barnizado por la torpeza y el miedo. Y son muy así, las cosas de mi vida. Hacer lo que ya sé hacer porque lo hago bien y sentirme buena en una rutina que no acaba de llenar mis días.

Allí a veces es de otra forma, porque yo también me vuelvo un poco de otra forma y giro en cada esquina sabiendo que la novedad se va a chocar conmigo, si no me choco yo con ella antes, y me vuelvo un poco más valiente (pero sólo un poco). No hay niebla, un sol de justicia ilumina cada imperfección y me hace sentirme un poco desnuda frente al mundo, tan al natural. Pero eso se ha convertido en una virtud y encuentro mi coquetería en ir cada vez menos peinada y preocupada de la presencia o ausencia granil en la cara, y me noto más relajada y con un cutis más limpio. El día que las paradojas dejen de guiar mi vida empezaré a preocuparme.

Se quedó afónica la tinta que escribía sobre cómo hacer mal lo que había que no hacer, ya no tengo recaídas tras las que llorar o noches intensas que me hagan volver a una cama en la que me espera de todo menos el sueño. Ahora duermo más y los motivos para poner pies en el suelo por las mañanas son otros; aunque sea distinto y yo no sea muy amiga de los cambios bruscos, admitiré a regañadientes que me viene bien y que, a la muy larga y en retrospectiva, sentiré que tuve un golpe de suerte. De momento sólo siento el golpe.
Poco a poco, la vida pasa rápido y en estas edades más, pero los días siguen teniendo sus 24 horas y tampoco podemos pedir recortes de plantilla a los días de la semana. Saltar de dos en dos los escalones ya me han facilitado varios moratones que en días de lluvia siguen escociendo si los toco, habrá que saber andar más despacio y sin tacones.