sábado, 27 de noviembre de 2010

Ponte traje y sombrero..

Escribir un texto soltando de vez en cuando frases que recuerdan a un "nosotros" no es escribirme, y menos si hablas de ti.

Escribirme NO es hablarme.
NO es dar la cara.
NO es ser valiente.

Es la forma más bonita de rodear un problema sin tocarlo, es la estética perfecta para decir que te importa pero no lo suficiente.
Es curioso, el del sentimiento profundo eres tú, y la de los hechos inmediatos soy yo.
No sé tú, yo veo que hay cosas que no encajan.







Pero sigo leyendo tus textos.

jueves, 18 de noviembre de 2010

Cuídate de mí.

El día que me fui me regaló sus pensamientos. Los había plasmado en 20 hojas escritas por las dos caras y sólo una palabra en la cabecera: Melocotón.
No lo abrí en aquél momento porque sabía que no quería que lo hiciese, que nunca se le dieron bien las palabras cuando las decía, aunque las convirtiese en auténtico colirio para mis ojos cuando las escribía.
Yo sabía que había sido demasiado, meses demasiado intensos con cambios repentinos y mis dudas martirizando sus certezas.

Creí pensar que no todo estaba perdido, que la distancia posiblemente iba a ser una buena morfina para su corazón y para mi conciencia, que quizá conmigo aquí y con él allí lograríamos ser lo que nunca fuimos realmente, aplacar una voz interior que no dejaba de gritar que nuestra relación nunca sería normal, que nunca podría darle lo que pedía y que él no conseguiría aplacar esas expectativas que, aunque yo no pudiese superar, no se iban de ningún modo.

Y aquí estamos, él sin saber de mí y yo sabiendo de él con sus textos, sus palabras que me hablan a mí aunque él no lo haga, con unos textos que me hacen ver que sigo ahí, que no lo olvida aunque haga que no existo.

Melocotón no muere.

Y juro que no hay un sólo día en el que no pienso que quizá hubiese sido mejor que no me hubiese conocido nunca.

viernes, 12 de noviembre de 2010

Disney mola.

Un día dejó de querer amores de barra. Decidió que ya estaba bien de los tipos que provocaban media sonrisa antes de irse, un vacío en el estómago que ella quería relacionar con el hambre y el gran hueco en el corazón que, directamente, no sabía con qué relacionar.

Decidió ser una adolescente más y sí, reivindicar el amor adolescente, el de las películas, el de Disney. Decidió que ella quería un amor así. O un amor así, o ningún amor. Punto. Y mira que ella era cabezona.

Quería un amor lleno de problemas, con noches sin dormir, no le importaban las ojeras. Quiso un sentimiento que le llevase al borde del abismo todas las veces que hiciesen falta. Un amor que implicase sufrimiento, sí, de acuerdo, lo quería.

Quería un amor que hiciese que todo lo pasado se olvidase con un beso, quiso los besos de las películas y las palabras de las películas, las miradas de las películas y los sentimientos de las películas.


Pero no quería ser actriz. No, eso no. No quería fingir, ni asumir un papel, ni dar pasión a besos descafeinados ni luz a las tardes grises.

Ella quería que (por una vez, aunque fuese) alguien le regalara las sonrisas a ella, alguien hiciera todo eso por ella, que alguien pusiese la magia y que ella sólo pudiese limitarse a mirarla, a quererla, a disfrutarla.



Y queriendo todo esto, llegó a la conclusión de que nunca había tenido nada parecido.

miércoles, 10 de noviembre de 2010

Los filósofos viajaban en Metro.

No, ella no escribía futuras obras maestras, no tenía la imaginación tan poderosa como para crear un mundo paralelo que discurriese a su antojo, no era (todavía) capaz de citar a demasiados autores, filósofos o músicos en sus textos.

No se sentía capaz de intimar con las teorías más o menos cuerdas de algún filósofo, aunque en su día hizo sus teorías propias que, a día de hoy, residen olvidadas en algún portafolios en su no tan lejana ciudad.
Se miraba al espejo mil veces antes de salir, y cuando por fin llegaba a la puerta, la sensación de que se le olvidaba algo siempre aparecía; esa sensación, en un gran número de veces, era acertada.

Todo aquél mundo nuevo le sorprendía e intimidaba. La gente era maravillosa: todos le sonreían, todos le mostraban lo a gusto que podía llegar a sentirse allí día tras día, todos tenían palabras para ella y todos hacían que ella fuese capaz de dejarse llevar por las conversaciones. Sin embargo había momentos en los que ella misma se entorpecía, en los que se volvía inepta, inculta, inadecuada para aquél mundo que ella había decidido, con un par de traspiés, pero en el que vivía a día de hoy, al fin y al cabo.

Aquella segura inseguridad siempre volvía, aquél no saber qué pensar de una misma. Tener dos concepciones antagónicas de una misma era algo que nunca pensó que pudiese darse y, sin embargo, allí estaba, ese sentimiento de ser demasiado y demasiado poco a la vez. Esa sensación de ser una persona especial y especialmente torpe, ese no saber a qué atenerse cuando miraba en sus propios pensamientos.

Cuando esto le pasaba, a menudo acababa tranquilizándose diciéndose que con 18 años muy poca gente sabe qué quiere hacer, dónde quiere ir e incluso quién es realmente.
Y aquél era el problema.
Ella se moría por conocerse.
Ella sentía que muchas veces, vivía en el cuerpo y la mente de una extraña.
¿Qué era aquél sentimiento? ¿Por qué no podía dejar de pensar en lo bien y en lo mal que escribía, que hablaba, que miraba...?
¿Cómo era ella, en realidad?
Y lo peor de todo: ¿cómo iban a llegar a conocerla los demás en profundidad, si ni siquiera ella se conocía?

En el Metro daba tiempo a pensar en demasiadas cosas... acabaría por decidir que, aunque fuese otro sacrificio económico en aquél mundo tan caro donde se había metido, compraría el periódico todos los días para centrarse en los problemas de los demás y olvidarse un rato de los suyos, si es que realmente había alguno.

lunes, 1 de noviembre de 2010

IN...ROS.


Vuelve a Valladolid. Levántate pronto, organízalo todo (¿todo? No. Tu madre siempre encontrará un papel que no ordenaste), queda con el pasado para que te cuente qué tal está, regresa pronto a comer, sal de casa y pasa casi tres horas en un bus que tenía que llegar a su destino en dos y cuarto.
Anochece demasiado pronto, tanto aquí como allí, estás cansada y te duele la espalda, pero vas llegando a lo que cada día se parece más a TU ciudad.


[...]




Llegar y leer cómo alguien se acuerda de todos tus detalles no tiene precio, no tiene nombre.
Darse cuenta de hasta qué punto una persona puede conocerte, emociona.




Y tú, María Morante Zarzosa, me conoces mucho, pero mucho, mucho, mucho.


Y yo te quiero tanto como tú me conoces, así que haz cálculos :)










IN...ROS.