martes, 14 de diciembre de 2010

Y quién le dice que no a un poco de soma.

¿Realmente todo el mundo se escandaliza tanto y niega tan rotundamente con la cabeza cuando oye hablar del soma? 
¿Es cierto que todo el mundo quiere el derecho a ser desdichado, a sufrir, porque eso significa amar?
Creo que no me bastarían con los dedos de una mano (ni de dos) si me pongo a contar la gente que, jugando a ser sincera, dice que sí tomaría soma, que sí se sometería a una vida ignorante pero feliz.
¿No es lo que hacemos, lo que hago yo misma, cuando nos negamos a leer el periódico, a ver cierto documental, a informarnos, en general?
¿No es la ignorancia elegida el peor soma? 
Ahora tenemos la oportunidad de decidir si somos o no libres. Y cuando me refiero a ser libres, no me refiero a la libertad que se reivindica en las series adolescentes ("yo fumo y follo si quiero, que ya soy mayor de edad"), sino a la libertad como personas, a la libertad de ELEGIR. Elegir ser o no ser agentes activos en el mundo, elegir participar o no en lo que se está haciendo con la vida de un colectivo en el que, aunque no nos demos cuenta, estamos metidos.
Elegir si queremos elegir.

Porque el dolor está ahí fuera, la muerte, la tristeza, el amor, el abandono, la amistad.
Pero para estar fuera, hay que querer salir.

jueves, 9 de diciembre de 2010

Don't leave home.

Igual que no se vive sin más, no se escribe sin más. Oír que es necesario tener un plan de vida es cosa de cualquier jueves, y del mismo modo hay que tener bien amueblada si se toma la decisión de hacer algo tan trascendente como plasmar opinión, sentimientos o personalidad en un Word.
No se puede pensar en escribir sin más.
Escribir sí, palabrería barata, no.

Él soñaba con escribir palabras que conjugadas fuesen música, amor, poesía, guerras, amistad y esperanza. Quería crear la propia vida a través de sus palabras y poder vivir allí, alimentándose de su imaginación al resguardo de sus textos.
Le gustaba la sensación de sus dedos sobre el teclado, escribía rápido, escribía los pensamientos que se le iban pasando por la cabeza al instante y (creía que) los plasmaba con bastante exactitud y, sin ser muy altanero, belleza.
Y se exigía demasiado.
Leía y amaba los textos que leía y buscaba imitarlos. Escribía, y sentía que su modo no tenía nada que ver con lo que había amado, con aquellos textos que le habían cautivado y que provocaban la más absoluta admiración hacia el escritor o la escritora.
Y borraba todo lo que escribía. Se enfadaba. Se sentía inepto en un mundo tan culto que no paraba de preguntarle sobre su posición en el mundo, a él, que muchas veces tenía que mirar el reloj diez veces para saber de una buena vez la hora.
No sabía más que escribirse, que reflejarse en unos textos profundos pero nítidos, que no precisaban de gran intelecto para ser entendidos. No le gustaba la gente que escribía con pedantería y rodeos, no le gustaban los intelectuales que sólo escribían para intelectuales.
Él pensaba que escribir se hacía en primer lugar para el propio escritor en su afán por conocerse, pensaba que todas y cada una de las grandes novelas de la historia tenían su parte de autobiografía o, por lo menos, de la vida utópica del escritor.
Conocía la imaginación, sabía de mundos totalmente irreales inventados por grandes mentes que muy difícilmente tenían algo que ver con la vida de cualquier persona, pero él siempre encontraba una conexión, un nexo que, bien seguido y sabiendo leer entre líneas, llevaba a un punto clave de la vida del escritor.

Pero cuando él fuese un gran escritor, no inventaría nuevos mundos.
El mundo en el que vivía era lo suficientemente complejo y profundo para él, podría escribir sobre eso.

martes, 7 de diciembre de 2010

Malos vicios.

Sabía mirar mejor que nadie, daba besos que hacían sentir un amor que no existía, no engañaba cuando mentía y tenía más vidas que un gato. Avisó desde el primer momento de que era el peor veneno, se dedicó a prevenirla de sí mismo y a cumplir sus malas promesas.
Vivió dos años explicándole de forma práctica cómo NO había que hacer las cosas, y ella sacaba dieces en los exámenes para parecer una estúpida.

Huir y sentir en la distancia el calor del olvido es totalmente falso. Estar a tantos kilómetros de distancia hacía que la incómoda realidad no llegase a su puerta y que pudiera sonreír en tu falsa indiferencia.
Pero las sentencias se cumplen y tuvo que volver al mundo que la esperaba congelado desde que se fue, un mundo que no había avanzado, que no evolucionaba y que hacía que ella retrocediera para ambientarse.

Si sientes que un problema vuelve, es que nunca ha sido superado. El betadine encima de heridas que exigen amputación no sirve.

Y otra vez, lo mismo. No cambiar, no mejorar, no superar. ¿Qué se supone que es ahora su vida si descubre que no ha abandonado sus malos vicios?
Escribir comedia trágica sin comedia se le daba demasiado bien últimamente, y odiaba ese lenguaje dramático que semejaba cuervos negros y ojos tristes.

Y de morfina, unos cuantos kilómetros de distancia, aún con las mismas ganas de volver.