martes, 7 de diciembre de 2010

Malos vicios.

Sabía mirar mejor que nadie, daba besos que hacían sentir un amor que no existía, no engañaba cuando mentía y tenía más vidas que un gato. Avisó desde el primer momento de que era el peor veneno, se dedicó a prevenirla de sí mismo y a cumplir sus malas promesas.
Vivió dos años explicándole de forma práctica cómo NO había que hacer las cosas, y ella sacaba dieces en los exámenes para parecer una estúpida.

Huir y sentir en la distancia el calor del olvido es totalmente falso. Estar a tantos kilómetros de distancia hacía que la incómoda realidad no llegase a su puerta y que pudiera sonreír en tu falsa indiferencia.
Pero las sentencias se cumplen y tuvo que volver al mundo que la esperaba congelado desde que se fue, un mundo que no había avanzado, que no evolucionaba y que hacía que ella retrocediera para ambientarse.

Si sientes que un problema vuelve, es que nunca ha sido superado. El betadine encima de heridas que exigen amputación no sirve.

Y otra vez, lo mismo. No cambiar, no mejorar, no superar. ¿Qué se supone que es ahora su vida si descubre que no ha abandonado sus malos vicios?
Escribir comedia trágica sin comedia se le daba demasiado bien últimamente, y odiaba ese lenguaje dramático que semejaba cuervos negros y ojos tristes.

Y de morfina, unos cuantos kilómetros de distancia, aún con las mismas ganas de volver.

No hay comentarios:

Publicar un comentario