miércoles, 11 de abril de 2012

Malas fiebres

Y yo, con estos dedos torpes que no quieren hacer pensar mi cabeza, leo y releo grandes palabras de grandes plumas, y los escalofríos, sonrisas y rubores se me mezclan con envidias de las sanas (y de las otras también), anhelando esa conexión cabeza-dedos-corazón, que hace meses parece sufrir en mí un atasco interno.

Y dice Benedetti que deja sus folios en blanco para que le digan algo cuando se levante de la siesta, y yo digo que a mis folios siempre les dije cosas, pero pocas veces me contestaron, y me pregunto si es normal verse tan poco propio en las palabras que un día se dijeron, porque me leo y la parte de mí que lo escribió se esconde en el rincón oscuro, donde deben estar también mis ganas.

Y cuando la brillante blancura del nada que decir me gana el pulso y mis dedos se bloquean, crispan y resignan, vienen olas de incertidumbre que empiezan por el día de hoy y acaban por el momento en que decidí ser la persona que hoy me devuelve el espejo.
¿Qué fiebre de escritor voy a tener, cuando no puedo considerarme como tal, ni hoy, ni en un futuro que pueda ver sin achicar los ojos? ¿Qué males de artista sufro, cuando sólo aspiro a poder aspirar al arte? 

Qué le digo al papel de una vida que me llena pero no me hace escribir a borbotones. Qué vida es esta que aún viviéndola bien, se me escapa si la busco. 
Qué mezcla extraña de formas de juntar palabras, qué aspirantes a sombras de buenos textos estoy pariendo, cómo doy la cara y defiendo mis palabras, cuando ni yo misma las encuentro. Que me rehuyen, que me esmero lo justo y no suficiente porque ante una batalla que ya sé perdida no empiezo ni a rearmarme. 

Qué hago yo, si las cosas que tengo que decir no me quieren aquí con ellas.