miércoles, 2 de mayo de 2012

Clic.

Tecleaba rápido, porque le gustaba el repiqueteo de las teclas al compás de sus dedos. Clic, clic, clic. Generalmente, se acompañaba de grandes y ostentosos anillos y, últimamente, de unas grandes y ostentosas gafas que hacían juego con todo lo que tenía en mente escribir.

Todos los días, desafiante, el folio en blanco le retaba en silencio. Vamos, cobarde, deja fachada y escribe algo que mañana no te haga fruncir el ceño. Vamos. Clic, clic, clic...
Y, como un reloj, que también estaba encantado de conocerse con su sonidito repiqueante, el bloqueo. ¿Qué te cuento, mundo? ¿Qué puedo escribir que me deje en una posición relativamente decente en el mundo, que me haga comerme las habichuelas con lo que digo y que me sirva de un poquito de inspiración mañana? A saber.

A lo mejor empiezo a dibujar, me vuelvo artista bohemia y acompaño mis lienzos con frases que quieran ser mucho diciendo poco, y hasta me apropio (por fin) de una firma con estilo. 
Igual me mimetizo con el entorno y hago fotos baratas, las pongo en modo sepia y me las doy de fotógrafa cultureta (ya digo, las gafas ya las tengo). 

O, a lo mejor, me sigo enfrentando con este abismo que es el maldito folio en blanco y, después de mucho intentar, de mucho enfadarme y de muchas noches llevándome nada escrito a la cama, vuelvo a escribir algo con un mínimo de sentido... Es posible que me toque empezar desde el principio y renacer de mis cenizas, como buen ave fénix, y comenzar un estilo nuevo que me refleje un poquito y no me dé ganas de tirarme por la ventana.

El ritmillo con que leo lo que escribo no me gusta, así que decido que no es mío... El resto de ritmos, el resto de cosas que leo, que no son mías, sí me gustan... A lo mejor es que el ritmo me lo impongo yo y estas gafas están mal graduadas.

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