miércoles, 13 de octubre de 2010

I've been waiting me.


Y, de repente, locura en mis dedos. Volver a escribir de forma masiva como si los últimos meses no hubiesen existido, como si mi cerebro no se hubiese parado nunca. Como si mi pasión hubiera latido igual ayer.

Quizá mi vida late otra vez. Quizá en su día el tema que me obsesionaba terminó y me dejó un vacío tan grande que ni siquiera supe afrontar una pantalla en blanco.

El tema no ha vuelto, pero yo sí. Las ganas, la pasión, el gusanillo. ¿Cómo? De la manera más fácil. Leyendo.
No leyendo cualquier cosa, leyendo los textos que me escribió alguien increíblemente especial (nunca dejaré de darte las gracias, coco) sabiendo que me iba, que iba a estar un poco sola a veces, que me conoce y sabe que suelo tender a la morriña por las noches y que siente que no me creo especial y lo detesta.
Siempre que leo algún texto suyo busco imitarle, no su estilo, su gracia o su forma (básicamente porque es inimitable) sino en la intención. Esas ganas de captar miradas, de escribir algo tan intenso que sea imposible apartar la vista de las palabras hasta que has leído la última. Esos textos que se pueden releer una y mil veces, que tienen distintos significados cada vez; esos textos donde siempre me encuentro y donde siempre acabo.

El problema es que es así, soy inestable, yo, conmigo, con otros, con mis pasiones. Si tengo hambre, engullo, pero tengo hambre quizá una vez al día. Si quiero escribir, puedo pasarme una tarde con café y textos, pero puedo estar meses sin tocar un Word. Si quiero, adoro... aunque no dure tanto como yo suelo esperar.
Pero escribir siempre vuelve, es el amor platónico, es el amor por hacer algo que puede servir a otras personas, el desarrollarse de un modo que apasiona, la posibilidad de poder leerte con el paso del tiempo y ver cosas que realmente me gustan.

Y me doy la bienvenida. Y espero (aunque sé que posiblemente no será así) que la pasión esta vez haya venido para quedarse.

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