sábado, 15 de enero de 2011

María Morante Zarzosa.

Ella era mi otro yo. Nos entendíamos en todo sólo con mirarnos, en todo menos en nuestro choque de manos, siempre se le olvidaba. Teníamos bajadas de ánimos que sabíamos que sólo la otra podía reparar, teníamos un pozo donde caímos más de una vez y más de dos, y todas las veces, la otra estaba ahí con cuerda, linterna y sonrisas. Tuvimos dificultades de ser muy mayores siendo muy pequeñas, somos IN y eso es INacabable. Formamos parte de la vida de 12 pequeños monstruos, y nosotras decidimos que aunque fuera con un par de horas en bus, nuestras vidas no iban a distanciarse. Porque sabíamos (y sabemos) que somos demasiado NOSOTRAS como para dejar de serlo. Porque lo nuestro es tan genial que nadie puede decir que lo entiende porque no es así.
El día que me fui me dio el abrazo más largo del mundo y fue el único momento donde de verdad quise llorar y decir que no me iba.
Hace mucho tiempo no sentía especial predilección por los besos y los abrazos, y eso hacía que cuando los daba yo sintiera que era especial. Ahora da más besos y abrazos. Mi sensación cuando los da no ha cambiado ni un poco.
Hablamos poco porque no nos gusta el chat, pero el día que nos reservamos para nosotras volvemos a casa afónicas y con el corazón otra vez entero, con sonrisa y con nostalgia a flor de piel.

Ella ha tenido momentos muy difíciles, ha tenido que tomar decisiones de adulta cuando sentía que todavía era muy niña. Me acuerdo de su dilema con los sabores: la siempre rica fresa, la novedad de la fruta exótica. Y me acuerdo de la tarde donde decidimos que ya no podíamos seguir más enfadadas y yo le conté lo que no le había contado a nadie. Me acuerdo de cómo reaccionó, de cómo me demostró aquél día que ella era... la mitad de ROS, mi otra parte. Me acuerdo de cómo consiguió que todo lo malo que iba a decirle me sonara de repente estúpido y de cómo sólo me salía decirle "gracias, te echaba tanto de menos".

Y ahora sé lo que es echar de menos porque no está aquí. Pero es feliz. Se nota su luz en cuanto mi autocar empieza a llegar a Valladolid. Se notan nuestras ganas de vernos en cuanto nos percibimos malamente con nuestras dioptrías.

Hablaría con ella todos los días y nunca se nos acabaría el tema. Las mañanas en las canchas, los descansos en San Nicolás, los viernes en el Maranta, las vueltas de clase en su portal, los ratos después de los entrenamientos de los niños y nuestro vestuario ("¿desde cuándo te vienes tú aquí sola?").

Nuestra vida sin la otra no es vida, no es nuestra, y no es nada.


Y si te digo que me acuerdo de ti todos los días, me quedo corta.

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