lunes, 3 de enero de 2011

Años y años y nosotros no cambiamos, mi vida.

Año intenso.
Las lágrimas y las sonrisas han sido prácticamente simultáneas, el dolor del amor y las ganas de amar han convivido y mis paradojas han ocupado los 365 días del año.
Las ganas de conocerme no han cambiado y los sentimientos a flor de piel que eché de menos en su día vienen estos primeros días de enero para recordarme que el corazón no deja de latir y los errores en los que me encanta caer siguen existiendo.
La frialdad objetiva con la que puedo analizar ciertos temas con ciertas personas, y la total discordancia entre cabeza y corazón que existe cuando hablamos, sentimos, pensamos o creemos en ti, por ejemplo.

Ellas lo han pasado mal, ella en particular. Nosotras hemos tenido un verano intenso de amores y hartazgos y de largas despedidas, que empezaron el día en que decidí que mi vida no estaba aquí.
Y sin embargo, la ciudad de mis pesadillas es ahora el destino al que me gustaría ir cada fin de semana, la sensación de entrar en CASA cuando abro la puerta, el calor que no tiene que ver con radiadores y la lentitud que puedo permitirme aquí.

La comodidad, la no novedad.
Me quejé en un principio de que, llegando aquí, parecía que el mundo no se había movido desde la última vez que estuve, que aquí las cosas no evolucionan y que cada vez que llego, los mismos problemas, sensaciones y obsesiones me esperan.
Ahora casi lo necesito, ahora me hace falta volver a los problemas de toda la vida, a la desmaduración porque los problemas de allí son para mayores de 18, a que las cosas pasen más lento porque en el Metro la gente no te mira, porque allí todos tienen prisa y una aprende a dejar de correr para empezar a volar.

Pero no me quejo, es la vida que elegí y la vida que elegiría las mil veces que podría retroceder en el tiempo.

Otra paradoja.

¿Cuándo va a llegar el día en que sepa que tomo mis decisiones de forma acertada y que sienta que llego a casa esté donde esté?
¿Cuándo voy a querer sabiendo que lo que quiero merece la pena?
El amor que siento ahora es un amor resignado, que sabe que no se va a ir pero que tampoco va a volver, que sabe que no tiene sentido y aún así existe, un amor que ya no sabe ni si es amor o costumbre, pero que provoca la misma sonrisa cuando él dice VOY.

Y las mañanas de los días siguientes donde me replanteo hasta mi nombre y las ganas de no tener ganas se vuelven insoportables.
Y siempre decimos que el futuro es impredecible, pero yo digo que los tres últimos principios de año los he pasado besando y mirando a la misma persona, y que no me extrañaría que dejara de besarla a principios de mes para volver a besarla el último día del año.
Y es que las ganas de sus besos no se van, pero quizá sean simplemente ganas de besos que muevan el piso un poco, vengan de quien vengan.

Pero siempre vienen de ti, y esas ganas siempre se quedan con sed cuando vuelves a decir que lo sientes.

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