miércoles, 14 de septiembre de 2011

Septiembre.

Este no era como sus septiembres. Sus septiembres eran fríos, grises, amenazaban con tormenta cada vez que pensaba salir de casa. Sus septiembres le llevaban una manta porque la iba a necesitar. En sus septiembres, ella subía la manta hasta la nariz y tenía ganas de chocolate caliente.

Este septiembre no. Ahora hacía calor, ahora las mantas le sobraban por todas partes y los chocolates calientes empalagaban e iban seguidos de largos tragos de agua helada.

Pero por lo demás todo seguía igual; igual de desastre, igual de mal alimentada, igual de despeinada y mal vestida en casa. Las persianas bajadas, no quería ver ese sol que le engañaba, que no debía estar ahí, que no anunciaba un otoño que sin embargo sí llegaba. Su salón seguía siendo igual de pequeño para muchos y gigante para ella, sus folios, acompañando a sus púas verdes, sus mantas que no usaba, sus motas de polvo, sus cascos, sus canciones tiradas. Todo por el suelo. Todo estaba allí, a su alcance. Su guitarra en una esquina, sus maletas, hechas y deshechas, su vida en un eterno viaje donde nunca llegaba a casa; siempre perdía las llaves.

Sus intenciones de cambiar, de mejorar. De comer fruta y recoger del suelo sus trozos de vida. De despedirse de su amado desorden, compañero fiel. De recoger sus fotos, de colocarlas, de mirarlas y reconocer a la gente que, sin darse cuenta, había decidido inmortalizarse allí, para ella, para ser pensados y queridos, para no irse nunca.
Sus ganas de estar sola, de no tener nada que hacer, sólo escuchar música muy alto, tan alto que ya no pudiese oírse a sí misma (ni a nadie) nunca más. Una música que llenase sus oídos, su mente, su corazón, su cuerpo. Una música que completase cada uno de sus vacíos, una música que le prometiese que nunca se iba a ir.

Sus tazas de café le recordaban corazones pasados. Rojas, negras, con dibujos, con letras, con poemas, con flores. Tazas que le recordaban que hubo gente, alguna vez, que las usó para tomar café por la mañana, a la mañana siguiente. Mañanas que habían sido el "after" de un previo, de una noche previa, donde había escuchado lo que no quería oír de ellos, donde había dicho lo que no sentía, donde había hecho lo que no quería.
Una vez cada dos meses, ella rompía todas sus tazas. Así pensaba que se rompían sus recuerdos, pero sólo se esparcían. Más pequeños, como cada trozo de cada taza, pero más, más numerosos, más difíciles de recoger. Odiaba sus tazas. Ella bebía café en vaso.
A veces también rompía vasos, pero eso no estaba programado.

Otras veces, escribía canciones. canciones que no eran buenas, canciones que nadie quería, canciones que eran borratajos de letras imposibles, que no tenían ritmo, que no tenían ganas de ser canciones.
Sus púas cogían polvo, igual que su guitarra, y sus dedos se encallaban el día que decidía volver a hacerle mimos, los mimos que mucho tiempo antes le dedicaba todos los días.


Pero ya no, porque su septiembre ya no era como sus otros septiembres y porque hacía tanto calor que ya no quería mantas, ni chocolate caliente, ni tazas rotas, ni ganas de romperlas.

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