jueves, 15 de septiembre de 2011

Pongamos que hablo dé.

Si hace sol, puedo tumbarme en su hierba, que me moja, me pica, me hace cosquillas. Que me inunda de verde. Si hace sol, puedo irme a su mercado, con el bolso bien agarrado, a hablar con gentes de colores que me venden partes de sí mismos, cosas que han hecho, comprado o incluso robado. Puedo formar parte de una muchedumbre colorida que busca todo sin necesitar nada, algo que llene su día un poco más, algo que le pida ser suyo.
Cuando hace calor, puedo ir a reencontrarme con sus calles, de las que no me canso, que no se cansan de mí. Puedo recorrerlas, anchas, espaciosas pero con falta de espacio para quienes la transitan; puedo alzar los ojos y no ver el límite de sus edificios, puedo ver lo moderno y lo nuevo entremezclarse como si siempre hubieran existido así, necesitándose, coexistiendo.
También puedo ver sus calles pobres, más pequeñas, más solas, más bajas y más vivas. Más propias, más personales, más calles. Puedo andarlas a todas, verlas a todas, mirarlas a todas. Se me pueden desgastar los ojos en ellas porque no me cansarán nunca, porque siempre tendré ganas, porque aún apenas conociéndonos, ya son mías.

Cuando hace frío, puedo pasear mi bufanda por suelos resbaladizos, peleados con el agua y la poca nieve, puedo enfrentarme al aire frío entre bolsas de nuevas compras en las zonas centro, puedo mirar un cielo lleno de luces de colores que sólo aquí es tan fantástico y urbano a la vez.
Si hace frío, puedo ver a otras gentes al otro lado del cristal que andan, corren, se dan prisa o pasean, de uno en uno, en parejas, grupos. Los puedo ver a todos, formando parte de un ciclo que nunca descansa, de unos caminos que nunca se abandonan, de unos suelos que son siempre pisados.

Si llueve, puedo mojar mis botas por sus calles peatonales evitando o buscando charcos, puedo correr ante la inclemencia de sus edificios, que no me protegen del agua, que no me esconden una luna que ilumina a toda mi ciudad, inabarcable. Puedo sentir a mi ciudad empapada seguir latiendo igual, nunca para, siempre deprisa, nunca sola.

Nunca conoceré todos sus rincones, siempre será nueva, siempre será distinta. Mi ciudad me enseñará cada día una cara, me pondrá un paisaje según lo que yo quiera ver. Será melancólica, caótica, inabarcable, lejana, preciosa, mía. Suya.

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