domingo, 12 de junio de 2011

Mi vicio.

Me gustaría explicarte la forma en que cogía su pluma los días lluviosos, que escuchases el casi sensual sonido de sus palabras rasgándose en el papel, decididas a permanecer allí para siempre. Tendrías que ver, como veo yo cuando recuerdo, su cara casi aplastada sobre el papel, con una línea por ceño cruzando su cara, tan concentrado que su boca se convertía en un pequeño nudo, que tan sólo se destensaba cuando terminaba de sangrar folios.
Sus días de inspiración eran mis días de embelesamiento, donde mirarle y adorarle en la distancia era mi única forma de existir, donde sólo podía esperar, pequeña e insignificante, a que terminara de volcarse a sí mismo en interminables hojas recicladas, para poder convertirme entonces en su objeto de atención; me alargaba los folios como quien entrega su vida a otras manos, y entonces era él quien me observaba ansioso, mirando mis pupilas moverse para seguir sus letras, esperando a que terminara de ver su desnudez en sus palabras y le diera el veredicto.

Y yo, como siempre, buscando una cara que reflejase un mínimo de altivez, de superioridad y madurez, acababa con los ojos abiertos de par en par y con la necesidad de cerrar la boca cuando leía el último punto. Era entonces cuando me enamoraba un poco más, cuando dejaba de buscar fachadas que me dieran autoridad y no podía hacer más que adorarle en silencio, de forma tímida, y esbozar unas pequeñas frases que quisieran, sin conseguirlo, explicarle cómo me transportaba cuando le leía.

En esos momentos él se limitaba a sonreír y a coger sus papeles - mi vicio - de mis manos para centrarse en mí, ya sólo por mí, sin plumas ni relatos de por medio. Era en esos momentos cuando mi amor se convertía en su amor y me quería por quererle, y la magia de su tinta se convertía en la magia de sus manos y volvíamos a encontrar razones para no despegarnos.

Me gustaría que vieras lo bien que se le daba crearse un aura casi física, lo afortunada que me sentía cuando me dejaba entrar con sus ojos, cuando sentía que podía ser parte de él porque él quería.
Lo especial que me hacía sentir aquello... aquello que pasaba tarde tras tarde y que nunca era igual. La seguridad de estar en sus brazos todas las noches y que eso no me impidiera sentirme nerviosa al día siguiente.
Sabía hacerse distinto en su rutina y sus costumbres eran nuevas cada día.
Y yo le quería de mil formas diferentes, pero siempre tanto, tan intenso. Cada día le quería distinto, dependiendo de sus manos, sus días, sus ganas. Porque siempre teníamos ganas, pero siempre había más cuando sus palabras inmortalizadas con su tinta me buscaban a mí.

Su escribir era mi amar, y nunca hicieron falta más de dos velas, una mesa con su silla y un sofá para los dos.

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